EL AUTOBÚS
Es muy infrecuente que me desplace en autobús. Pasan meses e incluso años sin que utilice este medio de transporte público en la ciudad. Pero esa mañana temprano acababa de dejar el coche en el taller y no tuve más remedio que tomar el autobús de línea nº 6 que me dejaba bastante cerca de mi lugar de trabajo.
Necesité preguntar por el importe del billete y me senté al lado de una ventanilla. Previendo esta circunstancia había escogido un libro de mi biblioteca para pasar el rato. Concretamente un libro de poemas de Yorgos Seferis, que me apetecía releer.
En la siguiente parada subió una mujer joven, a la que casi yo doblaba la edad, ocupando el asiento de al lado. Sacó de su bolso un libro y mi sorpresa fue enorme al comprobar que era el mismo libro que yo estaba leyendo, aunque en una edición distinta. La probabilidad de esta coincidencia se me antojó infinita.
Nos miramos de reojo y en un acto reflejo y síncrono, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, apoyamos el libro sobre nuestros respectivos regazos y sonreímos, quedando nuestros ojos frente a frente durante varios segundos, como si se tratara de un espejo.
Durante el largo trayecto (ambos nos bajaríamos en la última parada) hablamos primero del libro que casualmente habíamos elegido ese día y después de otras cosas que parecían unirnos tanto como la propia obra de Seferis.
Desde ese día y a pesar de que ya disponía de mi vehículo, tomo el autobús a la misma hora, esperando que ella suba en la parada siguiente, reservándole el asiento a mi lado.
Han pasado ya tres meses y nuestra complicidad es absoluta. No sé casi nada de su vida y ella tampoco mucho más de la mía. Sólo hablamos de literatura y de temas intranscendentes según la óptica general de la gente pero que nosotros consideramos importantes para el desarrollo de un ser humano.
En ocasiones nuestras manos se rozan y nuestros cuerpos se acercan tanto que puedo oler su cuello y sentir el cosquilleo de algunos cabellos sobre mi rostro.
Esta mañana ella se ha despedido dándome un beso en la cara, diciéndome que no volvería a tomar este autobús. Ha dejado sobre su asiento el libro de poemas de Seferis, que dejaba entrever una nota que ahora leo en voz baja:
-“No quiero arriesgarme a conocerte mejor. Probablemente seas el hombre de mi vida, pero no puedo, ni debo, arrojar por tierra mi situación actual, casada y con un hijo, en la que me encuentro hasta cierto punto, feliz. No sé si estoy enamorada de tí, pero, sea cual sea este sentimiento, guardaré en secreto tu presencia en lo más profundo de mi alma”-