EL ACCIDENTE
Debí quedarme dormido. Volví en sí ya fuera de la autopista al golpear mi cabeza con el espejo interior del coche cuando éste aterrizó en una especie de ciénaga que probablemente amortiguó su caida. El cinturón de seguridad había impedido que saliera despedido. Abrí la portezuela, aún aturdido, y mis pies se hundieron hasta los tobillos en un coctel de agua y lodo.
Ví, no lejos, la tenue luz de lo que parecía una casa rural y hacia allí me dirigí, si bien a duras penas a través de un barrizal que frenaba cada uno de mis pasos.
El portón de la vivienda estaba entreabierto y a pesar de mis reiterados golpes con el puño sobre la madera y mis llamadas gritando “¿Hay alguien ahí?, nadie respondía. Entré lentamente, escudriñando el interior, cuando una vocecita surgió de una de las habitaciones. Una mujer, casi anciana, me saludó con mucho agrado al tiempo que me invitó a pasar. Antes de que yo intentara explicar lo sucedido me dijo con voz entrecortada:
- ¡Siéntese usted y quítese los zapatos, estará más cómodo! Y añadió:
- ¡Ya es tarde, casi la hora de la cena! ¿Le apetece un caldito? Tengo también unas patatas, de nuestra huerta, guisadas con carne y que le van a encantar. Y desapareció dando cortos pasitos hacia donde supuse que estaba la cocina.
Me sentía cansado, derrotado. Los huesos protestaban a cada movimiento y haciéndole caso me acomodé en una vieja butaca que alguna vez fue de cuero limpio, liberando mis pies de unos embarrados zapatos y dejando al aire unos calcetines llenos de un limo verdoso.
Entré en un duerme-vela del que salí al notar los toquecitos que la mujer me daba en un hombro. Un plato de sopa humeaba sobre el mantel de hule a cuadros que cubría una desvencijada mesa. A su lado, otro plato rebosaba de patatas con trozos de carne.
- ¡Le he traído ropa seca para que se cambie! ¡Está usted empapado! Era de mi marido pero está limpia y no tema, el pobre murió muy sano.
Esta frase me hizo sonreir. La cabeza me daba vueltas y por mucho que yo insistía en hablar de mi accidente ella me oía como ausente y seguía el hilo de su conversación como si nada. Por fín, lo único que puede arrancar de sus labios fue:
- ¡Un accidente! ¡Ah! ¡Bueno! ¡No se preocupe! ¡Ya estamos.....bueno, estoy acostumbrada a estas situaciones! Lo que importa es que usted descanse y se encuentre como en su casa. Dios premia a los que socorren a los necesitados. Y se santiguó.
El canto de un gallo me despertó apenas amaneciendo. Estaba acostado en una cama de matrimonio con un cabezal de hierro enmohecido, en una habitación repleta de imágenes y objetos religiosos.
Llevaba puesto unos pantalones anchos de pana negra y una camisa de paño grueso. No recordaba nada desde la noche anterior. A los pies de la cama se asomaban una botas bastas de cuero. Me levanté, me calcé y dí una vuelta por la casa sin encontrar a nadie. Di algunas voces llamando la atención pero sólo me contestó el cacareo de unas gallinas a las que ví picoteando, a través de una ventana con los cristales rotos.
No había teléfono y mi móvil Dios sabe donde acabaría tras el accidente. El portón seguía abierto. Las botas me estaban grandes y andaba dando zapatazos buscando el equilibrio.
La mañana era espléndida. El sol acababa como quien dice de despertar, como yo, e iluminaba una enorma extensión de campo alfombrado de pastos y trigales. Ni una gota de barro ensuciaba el paisaje. No se veía ninguna señal de vida en todo lo que mi vista alcanzaba. Anduve en la dirección hacia donde creía haber sufrido el despiste que me sacó del asfalto y tras caminar más de media hora (no tardé ni diez minutos la noche anterior desde el sitio del accidente hasta la casa) seguía pisando hierba y más hierba.
Algo retirado de mi ruta oteé a un hombre sentado en una piedra con un cayado en la mano. Me acerqué y le pregunté hacia donde quedaba la autopista.
- ¿La autopista? Y se echó a reir. ¡Ojalà! Aquí la carretera más próxima no la encontrará usted a menos de 50 kilómetros. Estamos aislados del mundo. ¡Nadie se acuerda de nosotros!
Volví sobre mis pasos....pero no encontré tampoco la casa donde me refugié.
28 de abril de 2011
Bien redactada y mejor la descipción de la casa, la cual retratas perfectamente. El tema es propio de Groucho y muy original. Enhorabuena. Escritor es una buena afición para tu jubilación (aunque aun te queda mucho tiempo).
ResponderEliminarGracias Marcelo. Como ves, mis temas siempre tienen tintes surrealistas. Has dado en el clavo. No dudes que cuando me jubile (algo que se asoma a la vuelta de la esquina) dedicaré buena parte de mi tiempo en escribir, auqnue sólo sea para los amigos.
ResponderEliminar