Murió un veinticuatro de agosto en la playa "Las Rocallas", rodeado de gente, un día de calor sofocante. Tomaba el sol en una tumbona, con sus gafas oscuras, una gorra con el escudo del Levante C.F. y una camiseta blanca con la leyenda en letras azules: "Venecia sin tí no es Venecia", cuando su corazón dejó de latir. Llevaba unas bermudas de rayas verdes y amarillas y a su lado descansaba una bolsa trasparente con diversos objetos personales.
Su cuerpo, mirando hacia el cielo, era uno más entre los centenares de cuerpos que, en la misma posición, se tostaban al sol esa mañana. Nadie se apercibió que su pecho ya no se elevaba al respirar y parecía dormir placidamente.
La gente iba abandonando la playa y al atardecer podían contarse las personas que permanecían en ella. El cuerpo del hombre seguía inmóvil y sólo la brisa desplazaba levemente algunas briznas de su cabello. Algunas de las personas que pasaban a esa hora por su lado, comentaban en voz baja lo ridículo que parecía con sus gafas oscuras ante un sol apunto de ocultarse en el horizonte.
Llegó la noche y la figura del cuerpo inerte destacaba en la soledad de la arena. Algunas parejas que paseaban, sonreían al verlo. De madrugada, dos vigilantes, advirtiendo su presencia, siguieron su marcha comentando:
- ¡Estos guiris cada vez son más raros!
Al amanecer, el conductor de una máquina de limpieza ni se molestó en gritarle para que se apartara y se limitó a bordearlo, limpiando a su alrededor. A medida que transcurría la mañana, la playa se iba llenando de bañistas. El cuerpo, a esas horas, pasaba más desapercibido. Una pelota, impulsada por un niño, le golpeó en un costado. La madre gritó:
- ¡Niño, deja la pelota! ¡No ves que estás molestando a ese señor!
Sobre las tres de la tarde del segundo día, la piel, seca y amojamada, presentaba una tonalidad aperlada, indefinida, con algunas livideces asomando bajo sus caderas y brazos. Empezaba a oler mal y las personas que plantaban sus sombrillas a su lado, no tardaban en retirarse. Así, alrededor del cuerpo se hizo un curioso círculo sanitario. De vez en cuando era visible la presencia de una nubecilla de moscas en torno a la tumbona. Un ladronzuelo que acechaba el lugar, se acercó sigilosamente por detrás y tomó la bolsa retirándose dando grandes zancadas.
Bien entrado el atardecer, cuando el cuerpo se adueñaba de la casi desierta playa, las gaviotas revoloteaban por encima e incluso alguna se atrevía a picotear entre los dedos de unos pies lívidos y fríos.
La humedad y otras condiciones climáticas, por esas cosas raras que pasan, llegaron a momificar el cuerpo, sin descomponerlo. Y así, permaneció varios días con sus noches, hasta que terminó la temporada de verano.
La marea fue minando la arena hasta alcanzar la hamaca que se fue hundiendo poco a poco. Llegó el momento que ésta daba bandazos de un lado a otro hasta que un golpe de ola arrojó al mar el cuerpo que, flotando como un tronco seco, se fue alejando de la costa hasta desaparecer digerido por un insaciable mar.
13 de junio de 2011
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