LA MANO
Oí ruido en el jardín y miré a través de la ventana. Una mano, huesuda y fuerte, sola, sin un cuerpo al que perteneciese, arrancaba una rosa que acababa de abrirse al mundo. La mano transportó la flor por el aire a la altura de una supuesta nariz y tras algunos segundos quedó suspendida en el vacío como si luciera en una solapa invisible.
Como un pajarillo aprendiendo a volar, la solitaria mano se desplazó hasta una maceta adosada a la pared y comenzó a juguetear con las ramitas que asomaban por el borde.
Yo seguía observándola sin atreverme a hacer el más mínimo gesto que evidenciara mi presencia.
La mano, andando sobre dos dedos por la hilera de losas del jardín se fue acercando a un parterre donde yacían algunas florecillas de colores. Apartó un pensamiento y una petunia y husmeó por el fondo hasta coger una lombriz con la pinza que formaban el pulgar y el índice. La lombriz desapareció en una boca inexistente, por encima del lugar en el que aún se encontraba “alojada” la rosa, que seguía de manera acompasada sus movimientos.
Rasgueó unas cintas verdes que cubrían los pies de los pinos y fue a posarse, si es que ésta es la palabra adecuada, en una mesa de mármol que se hundía por su peso en el terreno. Desde allí, dibujó su trayecto hacia la ventana, sorprendiéndome en mi atalaya y mostrando una actitud que se me antojó poco amigable.
No se necesitan ojos para sentir una mirada que te inquieta. Me retiré súbitamente del cristal dando un paso hacia atrás y la mano, señalándome primero con su dedo índice y luego, elevando el dedo pulgar hacia arriba como dando su aprobación, se elevó dos o tres metros y desapareció entre los árboles que limitan con la casa del vecino.
Está bien. Se reconoce a su autor. Pero....¿estás seguro que la mano es la de Carlos?
ResponderEliminarNunca supe a quien pertenecía. Sólo sé que la rosa quedó en el jardín.
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