Al levantarme esta mañana me dirigí al baño con un extraño trote que no podía controlar. Después de la ducha, me dí cuenta que de mi cuello salía una pelusilla a la que no dí excesiva importancia.
En un acto impropio de mi rutina, prescindí del coche y fui hasta el hospital con un paso cada vez más rápido, llegando con un sudor que me recorría la espalda. De vez en cuando, salía algo de espuma de mi boca y emitía un ruido gutural similar a un bufido. Mi compañera de trabajo me comentó si me encontraba bien. Comencé a regurgitar la cena de anoche, achacándolo a una mala digestión.
En el desayuno, de manera involuntaria, pedí al camarero algo de avena. Tuve que hacer un esfuerzo para disimular y corregir mi petición. No se me apetecía café y dejé la tostada con mantequilla a medias.
Regresé a casa dando saltos por la calle y antes de entrar mordisqueé algo de hierba del jardín y una planta seca que asomaba por la boca de una vieja maceta. La pelusa del cuello me molestaba y me liberé del primer botón de la camisa.
Mi mujer me notaba extraño y yo no conseguía establecer una conversación mínimamente razonable. Le sugerí con insistencia que me apetecía comer paja, heno o algo similar. Me miró con preocupación y sólo conseguí que me sirviera una ensalada a la que, sin que me viera, añadí unos brotes tiernos de gramón y un trozo de la esterilla de enea que descansaba en la entrada de la casa.
La cabeza me estallaba. Me pareció que mi cara se estiraba y la boca y mis orejas crecían sin parar
No pude resistir sentado mucho tiempo. Concluido el almuerzo, sin decir nada y mientras ella permanecía en la cocina, abandoné la casa, mirándome antes en el espejo (fotos que acompaño) y sin rumbo comencé a galopar por el centro de la avenida.
Jajajajajaja, que fuerte, a mí me ha pasado y físicamente no se te nota nada, estás hasta más esbelto.
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